Los migrantes ecuatorianos viven una dolorosa realidad en su intento de llegar a los Estados Unidos. Con base en datos difundidos por la página web del Centro de Información de Aduanas y Protección Fronteriza de la nación norteamericana, la organización 1 800 Migrante informó que 117 356 compatriotas han sido deportados en lo que va de 2024, lo cual implica un nuevo record porque en todo el año pasado fueron 117 487.
Pese a ello, miles de personas de las 24 provincias del país siguen buscando la oportunidad de llegar a Norteamérica. Viven historias de violencia. Se endeudan y venden propiedades o negocios para lograr el sueño americano. Sin embargo, en el trayecto hacia EE.UU. se encuentran con un camino lleno de obstáculos que, muchas veces, les impide llegar a su destino.
Una situación de ese tipo vive Emerson, de 37 años, quien dejó su hogar en Quinindé, un cantón de 126 841 habitantes en la provincia de Esmeraldas. Se encuentra en México en una caravana de aproximadamente 6 000 migrantes de diferentes países.
En Quinindé, él trabajaba como electricista residencial y tenía un pequeño emprendimiento de esta actividad. Sin embargo, decidió irse porque bandas criminales comenzaron a pedirle vacunas a cambio de no hacerle daño a su familia. “Me exigían USD 5 000 y si no pagaba me iban a matar a mí o mi hija. Me dieron una semana de plazo“.
“No tenía esa cantidad de dinero. Decidí poner la denuncia en la Fiscalía General“, narró a Ecuavisa.com. “Apenas terminé de hacerlo, salí a buscar un vuelo a El Salvador para que no me hagan daño. A mi esposa e hijos les mandé a otro lado para que no les agredan. Mi niña solo tiene seis años. Estoy migrando solo en México“.
Emerson sabe que las autoridades de Panamá instalaron puntos de control en la selva del Darién y ya no se puede viajar por ese sector. Por eso, prefirió trasladarse directamente a El Salvador y desde allí comenzar su camino, el pasado 20 de julio, junto a otras personas de diferentes países.
Narra su historia por mensajes de texto o audios de voz. No quiere hablar por teléfono porque teme que lo observen y le vuelvan a robar. Semanas atrás, le quitaron USD 200 y lo secuestraron. También le arrebataron la bicicleta que le obsequiaron personas caritativas durante la travesía. Las bandas criminales les dejan sin nada. Afirma que los carteles mexicanas ven a los ecuatorianos como una fuente inagotable de dólares y son los primeros a los que asaltan. También los secuestran y piden altas sumas a sus familiares.
“Somos muchos ecuatorianos, pero no podemos decirlo abiertamente porque los carteles nos buscan como si valiéramos oro por los dólares”, contó. Cuando los secuestran, los compatriotas son llevados por los delincuentes a unos lugares llamados gallineros. Allí los encierran hasta que paguen lo que piden. La tensión aumenta en esos momentos porque los niños pueden morir deshidratados ya que, en algunos casos, los parientes no logran reunir las cantidades que les exigen. Estas varían entre USD 5 000 y 15 000.
Por momentos, los criminales se organizan para ubicarse cerca de los cajeros automáticos de la cadena Oxxo. Están a la espera de que los migrantes saquen dinero para arrebatárselo y “pagar piso”. Deben entregarles 4 000 pesos (USD 209) a la fuerza.
Han pasado varios días sin comer y se conecta a Internet en las zonas donde la señal de Wi fi es gratuita. Tiene una herida en la pierna y no puede comprar medicinas.
“En estos momentos ya nadie nos da atención como en los pueblos anteriores”. Cuenta que en la caravana hay muchos enfermos. Niños y adultos con problemas respiratorios por lo que duermen a la intemperie, sobre aceras, portones de viviendas o iglesias, así como parques y plazas.
En algunas ciudades les regalaron antigripales y vendas para quienes tienen los pies con ampollas de agua o sangre, pues a veces caminan durante 30 horas consecutivas. En el trayecto, infantes y mujeres se desmayan. Por momentos, la gente no les da comida o agua y ha visto cómo otros migrantes perdieron la vida por deshidratación.
En la caravana todos se ayudan y dan ánimos. También cuentan cómo les ha ido en la travesía. Por ejemplo, un colombiano le contó a Emerson que lo secuestraron junto a sus dos hermanos y mamá. Los maleantes se comunicaron con la familia para que paguen su rescate, pero no pudieron hacerlo. A un hermano de esa familia lo mataron.
A las mujeres las violan cuando no cancelan los rescates. Luego las abandonan en el parque central de Tapachula, cerca de la frontera con Guatemala. Cuando la caravana llegó a Juchitán, los migrantes no podían pasar hasta que paguen 300 pesos (USD 15,68).
Todo es dinero y a cada rato aparecen grupos delictivos en el camino que los extorsionan. Si alguien no puede cumplir los pedidos de los delincuentes, corre el riesgo de quedarse en el viaje. A Emerson se le acabó el dinero y espera que un amigo le realice una transferencia desde Ecuador. Así podrá comprar el pasaje para avanzar al siguiente pueblo que cuesta USD 80. Por el momento, apenas le queda para una botella de agua y comprar algo de comida.
Ahora se encuentra en un pequeño pueblito, cerca de Tijuana. La madrugada del lunes 26 de agosto tiene previsto salir con dirección y siente que se le acaban las fuerzas para seguir. Sin embargo, recobra las energías cuando se acuerda de su esposa e hijos. Tiene que seguir en la lucha. No hay otra opción para poderlos mantener y vivir.
No sabe a qué ciudad de Estados Unidos va a llegar, lo único que quiere es un trabajo para sacar adelante mi familia.