El islamista Mohamed Mursi, de 63 años, fue depuesto del cargo de presidente el 3 de julio de 2013 en un golpe militar liderado por el entonces comandante en jefe de las fuerzas armadas Abdelfatah al Sisi. Sin embargo, hasta el día de hoy se seguía reivindicando como “presidente legítimo” de Egipto y denunciaba la “traición” de Al Sisi, al que él mismo nombró ministro de Defensa en agosto de 2012 para jubilar a la vieja guardia del ejército.
Este lunes, la televisión pública egipcia informaba de la muerte del mandatario. Mursi cayó en coma después de comparecer ante un tribunal que le juzga por espionaje. Durante la vista le fue permitido dirigirse al juez. Poco después de que la sesión fuera suspendida, el ex presidente perdió la consciencia y falleció.
Mursi fue elegido como presidente en 2012, tras entrar en la campaña electoral en el último suspiro y después de luchar contra el sambenito de ser el relevo del poderoso magnate Jairat el Shater, excluido de la carrera presidencial por la Comisión Electoral.
Privado del don del carisma, el segundón Mursi confió todas sus cartas al músculo de los Hermanos Musulmanes, una organización fundada en 1928 y que cuenta con la legión más disciplinada y numerosa en la arena política egipcia.
Hijo de una familia de clase media, nació en agosto de 1951 en una provincia del Delta del Nilo. A finales de los 60 se trasladó a El Cairo, en cuya universidad pública concluyó en 1972 sus estudios de Ingeniería. Tras cumplir el servicio militar obligatorio, fue becado por la Universidad del Sur de California (EEUU) donde logró un doctorado en ciencia espacial.
Regresó a la tierra de los faraones en 1985 con las credenciales de haber trabajado durante tres años como profesor en Norteamérica. Desde entonces y hasta 2010 dirigió el departamento de Ingeniería en la Universidad de Zagazig, al norte de la capital egipcia, mientras hacía carrera en el seno de la Hermandad, un grupo proscrito desde 1954.
Como otros jóvenes de su generación, sus primeros flirteos con el movimiento de Hasan al Banna tuvieron lugar en su época estudiantil. A mediados de 1970 se acercó al ideario conservador de la cofradía, a la que se uniría oficialmente en 1979. El ascenso, sin embargo, no fue meteórico hasta 1995 cuando ingresó en el Consejo Consultivo (Maylis al Shura, en árabe) e inició su proyección pública al alcanzar la Cámara Baja egipcia.
CONTRA MUBARAK
Durante la década siguiente, Mursi ocupó un escaño en el Hemiciclo en calidad de independiente para sortear la prohibición del régimen de Hosni Mubarak y llegó a ser el portavoz parlamentario de una agrupación que trata ahora de explotar su trabajo de aquellos años. El candidato presidencial vivió uno de sus momentos estelares en 2002 al enfrentarse al régimen a propósito de una accidente ferroviario que causó más de 400 muertos en el Alto Egipto (sur).
En las elecciones legislativas de 2005 la Hermandad cosechó una histórica victoria al hacerse con un tercio de los escaños en liza en lo que se consideró un tímido aperturismo de la dictadura. Sin embargo, Mursi perdió su asiento y un año más tarde sería encarcelado por su participación en una manifestación de apoyo a varios jueces de la oposición.
El idilio parlamentario de los Hermanos se esfumó cinco años más tarde en unos comicios marcados por el fraude que sirvieron de antesala a la revolución del 25 de enero. Durante las 18 jornadas que forzaron la renuncia del autócrata, Mursi sufrió un fugaz presidio que concluyó con la huida de los carceleros y la anarquía que triunfó tras la desbandada policial.
GUIÑOS A LA ‘SHARIA’
Consciente de sus flaquezas, Mursi heredó el proyecto Nahda(Renacimiento) urdido para las presidenciales por su maestro El Shater y recorrió el país con un discurso ultraconservador para arañar votos a su viejo camarada Abdel Moneim Abul Futuh, que abandonó el grupo el pasado año y contaba con el respaldo de buena parte del sector salafista.
Con ese afán, Mursi hizo guiños constantes a la sharia (ley islámica) y subrayó la necesidad de conquistar un Estado con “referencias islámicas”. Ex dirigentes de la Hermandad, como el que fuera viceguía Mohamed Habib, advirtieron de que era el “más conservador que los conservadores” del grupo.
Por encima de cualquier otra etiqueta, Mursi era un peón del principal actor político egipcio. En abril de 2011 se desligó de la Hermandad para presidir su recién constituido brazo político La Libertad y la Justicia, que en los comicios legislativos de noviembre obtuvo la mayoría simple en un Parlamento donde las fuerzas islamistas se hicieron con más del 70% de los escaños.
Antes de alcanzar la Presidencia, este sustituto de última hora -con cinco hijos y tres nietos- encaró el reto de hacer añicos unas encuestas que no le daban opciones de victoria y activar el influyente engranaje de la Hermandad. En su contra jugaban el miedo a la hegemonía del grupo en todas las esferas de poder, su decisión de cancelar su compromiso inicial de no aspirar a la Jefatura del Estado y el desgaste de su imagen pública tras meses de parálisis del Parlamento.
SU CALVARIO JUDICIAL
Su desfile por los tribunales arrancó el 4 de noviembre de 2013 con la primera aparición pública de Mursi desde su derrocamiento. El ex mandatario fue confinado en varias instalaciones militares tras la asonada. Desde aquella primera sesión, el islamista ha rehusado reconocer la autoridad del tribunal que le juzga. “Soy el presidente de la República”, gritó en la sesión inaugural.
Desde entonces, se había convertido para los suyos en un icono de los miles de dirigentes y militantes de la Hermandad arrestados y encarcelados por una represión que ha terminado alcanzando a todos los sectores políticos, desde islamistas hasta liberales e izquierdistas. Las condiciones en las que Mursi se hallaba confinado fueron denunciadas en el informe elaborado en marzo de 2018 por un panel de parlamentarios británicos y abogados internacionales.
Según el documento, Mursi permanecía en confinamiento solitario durante 23 horas diarias, era obligado a dormir sobre un suelo de cemento; recibían comida enlatada y en ocasiones podrida; y sólo había podido ver a su familia una vez en los últimos tres años. El panel voceó entonces un riesgo ahora cumplido: si el ex presidente fallecía prematuramente por un tratamiento médico inadecuado, Al Sisi podría ser considerado responsable en virtud de la legislación internacional.
Fuente: elmundo.es